Por eso, p. ej., del mismo Dios leemos en 1 S. 15:29 que no se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta; y 6 vv. después (v. 35) que Dios se arrepintió de haber puesto a Saúl por rey en Israel. Dios no había cambiado, era Saúl quien había cambiado. El mismo sol que ablanda la cera, endurece el barro sin cambiarse. Pero, con aquel cambio de Saúl, Dios se consoló en el sentido de que puso por rey en Israel a David, un rey según su corazón. Un caso parecido ocurrió con la oración de
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